2. Sal. 51:4,5; Pr. 22:15; Ef. 2:3; Ro. 7:5,7,8,17,18,25; 8:3-13; Gá. 5:17-24; Pr. 15:26; 21:4; Gn. 8:21; Mt. 5:27,28.
7. Del pacto de Dios
1. La distancia entre Dios y la criatura es tan grande que aun cuando las criaturas racionales le deben obediencia como su Creador, éstas nunca podrían haber logrado la recompensa de la vida a no ser por alguna condescendencia voluntaria por parte de Dios, que a él le ha placido expresar en forma de pacto.1
1. Job 35:7,8; Sal. 113:5,6; Is. 40:13-16; Lc. 17:5-10; Hch. 17:24,25.
2. Además, habiéndose el hombre acarreado la maldición de la ley por su Caída, agradó al Señor hacer un pacto de gracia1, en el que gratuitamente ofrece a los pecadores vida y salvación por Jesucristo, requiriéndoles la fe en él para que puedan ser salvos2, y prometiendo dar su Espíritu Santo a todos aquellos que son ordenados para vida eterna, a fin de darles disposición y capacidad para creer3.
1. Gn. 3:15; Sal. 110:4 (con He. 7:18-22; 10:12-18); Ef. 2:12 (con Ro. 4:13-17 y Gá. 3:18-22); He. 9:15.
2. Jn. 3:16; Ro. 10:6,9; Gá. 3:11.
3. Ez.36:26,27; Jn. 6:44,45.
3. Este pacto se revela en el evangelio; en primer lugar, a Adán en la promesa de salvación a través de la simiente de la mujer, y luego mediante pasos adicionales hasta completarse su plena revelación en el Nuevo Testamento;1 y tiene su fundamento en aquella transacción federal y eterna que hubo entre el Padre y el Hijo acerca de la redención de los escogidos;2 y es únicamente a través de la gracia de este pacto como todos los descendientes del Adán caído que son salvados obtienen vida y bendita inmortalidad, siendo el hombre ahora totalmente incapaz de ser aceptado por Dios bajo aquellas condiciones en las que estuvo Adán en su estado de inocencia.3
1. Gn. 3:15; Ro. 16:25-27; Ef. 3:5; Tit. 1:2; He. 1:1,2.
2. Sal. 110:4; Ef. 1:3-11; 2 Ti. 1:9.
3. Jn. 8:56; Ro. 4:1-25; Gá. 3:18-22; He. 11:6,13,39,40.
8. De Cristo el mediador
1. Agradó a Dios,1 en su propósito eterno,2 escoger y ordenar al Señor Jesús, su Hijo unigénito, conforme al pacto hecho entre ambos,3 para que fuera el mediador entre Dios y el hombre; profeta, sacerdote, y rey; cabeza y Salvador de la iglesia, el heredero de todas las cosas y juez del mundo;4 a quien dio, desde toda la eternidad, un pueblo para que fuera su simiente y para que a su tiempo
lo redimiera, llamara, justificara, santificara y glorificara.5
1. Is. 42:1; Jn. 3:16.
2. 1 P. 1:19.
3. Sal. 110:4; He. 7:21,22.
4. 1 Ti. 2:5; Hch. 3:22; He. 5:5,6; Sal. 2:6; Lc. 1:33; Ef. 1:22,23; 5:23; He. 1:2; Hch. 17:31.
5. Ro. 8:30; Jn. 17:6; Is. 53:10; Sal. 22:30; 1 Ti. 2:6; Is. 55:4,5; 1 Co. 1:30.
2. El Hijo de Dios, la segunda persona en la Santa Trinidad, siendo Dios verdadero y eterno, el resplandor de la gloria del Padre, consustancial con aquel e igual a él, que hizo el mundo, y quien sostiene y gobierna todas las cosas que ha hecho,1 cuando llegó la plenitud del tiempo,2 tomó sobre sí la naturaleza del hombre, con todas sus propiedades esenciales3 y con sus debilidades concomitantes, 4 aunque sin pecado;5 siendo concebido por el Espíritu Santo en el vientre de la virgen María, al venir sobre ella el Espíritu Santo y cubrirla el Altísimo con su sombra; y así fue hecho de una mujer de la tribu de Judá, de la simiente de Abraham y David según las Escrituras;6 de manera que, dos naturalezas completas, perfectas y distintas se unieron inseparablemente en una persona, pero sin conversión, composición o confusión alguna. Esta persona es verdaderamente Dios7 y verdaderamente hombre,8 aunque un solo Cristo, el único mediador entre Dios y el hombre.9
1. Jn. 8:58; Jl. 2:32 con Ro. 10:13; Sal. 102:25 con He. 1:10; 1 P. 2:3 con Sal. 34:8; Is. 8:12,13 con 3:15; Jn. 1:1; 5:18; 20:28; Ro. 9:5; Tit. 2:13; He. 1:8,9; Fil. 2:5,6; 2 P. 1:1; 1 Jn. 5:20.
2. Gá. 4:4.
3. He. 10:5; Mr. 14:8; Mt. 26:12,26; Lc. 7:44-46; Jn. 13:23; Mt. 9:10-13; 11:19; Lc. 22:44; He. 2:10; 5:8; 1 P. 3:18; 4:1; Jn. 19:32-35; Mt. 26:36-44; Stg. 2:26; Jn.19:30; Lc. 23:46; Mt. 26:39; 9:36; Mr. 3:5; 10:14; Jn. 11:35; Lc. 19:41-44; 10:21; Mt. 4:1-11; He. 4:15 con Stg. 1:13; Lc. 5:16; 6:12; 9:18,28; 2:40,52; He.5:8,9.
4. Mt. 4:2; Mr. 11:12; Mt. 21:18; Jn. 4:7; 19:28; 4:6; Mt. 8:24; Ro. 8:3; He. 5:8; 2:10,18; Gá. 4:4.
5. Is. 53:9; Lc. 1:35; Jn. 8:46; 14:30; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21; He. 4:15; 7:26; 9:14; 1 P. 1:19; 2:22; 1 Jn. 3:5.
6. Ro. 1:3,4; 9:5.
7. Ver ref. 1 arriba.
8. Hch. 2:22; 13:38; 17:31; 1 Co. 15:21; 1 Ti. 2:5. 9. Ro. 1:3,4; Gá. 4:4,5; Fil. 2:5-11.
3. El Señor Jesús, en su naturaleza humana así unida a la divina, en la persona del Hijo, fue santificado y ungido con el Espíritu Santo sin medida, teniendo en sí todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, en quien agradó al Padre que habitase toda
plenitud, a fin de que siendo santo, inocente y sin mancha, y lleno de gracia y de verdad, fuese completamente apto para desempeñar
el oficio de mediador y fiador;1 el cual no tomópor sí mismo, sino que fue llamado para el mismo por su Padre, quien también
puso en sus manos todo poder y juicio, y le ordenó que lo cumpliera.2
1. Sal. 45:7; Col. 1:19; 2:3; He. 7:26; Jn. 1:14; Hch. 10:38; He. 7:22.
2. He. 5:5; Jn. 5:22,27; Mt. 28:18; Hch. 2:36.
4. El Señor Jesús asumió de muy buena voluntad este oficio,1
y para desempeñarlo, nació bajo la ley,2
la cumplió perfectamente y
sufrió el castigo que nos correspondía a nosotros, el cual deberíamos haber llevado y sufrido,3
siendo hecho pecado y maldición por
nosotros;4
soportando las más terribles aflicciones en su alma y los más dolorosos sufrimientos en su cuerpo;5
fue crucificado y murió,
y permaneció en el estado de los muertos, aunque sin ver corrupción.6
Al tercer día resucitó de entre los muertos con el mismo
cuerpo en que sufrió,7
con el cual también ascendió al cielo,8
y allí está sentado a la diestra de su Padre intercediendo,9
y regresará
para juzgar a los hombres y a los ángeles al final del mundo.10
1. Sal. 40:7,8 con He. 10:5-10; Jn. 10:18; Fil. 2:8.
2. Gá. 4:4.
3. Mt. 3:15; 5:17.
4. Mt. 26:37,38; Lc. 22:44; Mt. 27:46.
5. Mt. 26-27.
6. Fil. 2:8; Hch. 13:37.
7. Jn. 20:25,27. 8. Hch. 1:9-11. 9. Ro. 8:34; He. 9:24.
10. Hch. 10:42; Ro. 14:9,10; Hch. 1:11; Mt. 13:40-42; 2 P. 2:4; Jud. 6.
5. El Señor Jesús, por su perfecta obediencia y el sacrificio de sí mismo1
que ofreció a Dios una sola vez a través del Espíritu
eterno,2
ha satisfecho plenamente la justicia de Dios,3
ha conseguido la reconciliación4
y ha comprado una herencia eterna en el
reino de los cielos5
para todos aquellos que el Padre le ha dado.6
1. Ro. 5:19; Ef. 5:2.
2. He. 9:14,16; 10:10,14.
3. Ro. 3:25,26; He. 2:17; 1 Jn. 2:2; 4:10.
4. 2 Co. 5:18,19; Col. 1:20-23.
5. He. 9:15; Ap. 5:9,10.
6. Jn. 17:2.
6. Aun cuando el precio de la redención no fue realmente pagado por Cristo hasta después de su encarnación, sin embargo la virtud,
la eficacia y los beneficios de la misma fueron comunicados a los escogidos en todas las épocas desde el principio del mundo,1
en las promesas, tipos y sacrificios y por medio de los mismos, en los cuales fue revelado y señalado como la simiente que heriría la
cabeza de la serpiente,2
y como el Cordero inmolado desde la fundación del mundo,3
siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos.4
1. Gá. 4:4,5; Ro. 4:1-9. 2. Gn. 3:15; 1 P. 1:10,11. 3. Ap. 13:8. 4. He. 13:8.
7. Cristo, en la obra de mediación, actúa conforme a ambas naturalezas, haciendo por medio de cada naturaleza lo que es propio
de ella; aunque, por razón de la unidad de la persona, lo que es propio de una naturaleza algunas veces se le atribuye en las Escrituras
a la persona denominada por la otra naturaleza.1
1. Jn. 3:13; Hch. 20:28.
8. A todos aquellos para quienes Cristo ha obtenido redención eterna, cierta y eficazmente les aplica y comunica la misma,1
haciendo
intercesión por ellos,2
uniéndoles a sí mismo por su Espíritu,3
revelándoles en la Palabra y por medio de ella el misterio de la
salvación,4
persuadiéndoles a creer y obedecer,5
gobernando sus corazones por su Palabra y Espíritu,
6
y venciendo a todos sus
enemigos por su omnipotente poder y sabiduría,7
de manera y en formas que más coincidan con su maravillosa e inescrutable dispensación;8
y todo por su gracia libre y absoluta, sin prever ninguna condición en ellos para granjearla.9
1. Jn.6:37,39; 10:15,16; 17:9. 2. 1 Jn. 2:1,2; Ro. 8:34. 3. Ro. 8:1,2.
4. Jn. 15:13,15; 17:6; Ef. 1:7-9. 5. 1 Jn. 5:20.
6. Jn. 14:16; He. 12:2; Ro. 8:9,14; 2 Co. 4:13; Ro. 15:18,19; Jn. 17:17.
7. Sal. 110:1; 1 Co. 15:25,26; Col. 2:15. 8. Ef. 1:9-11. 9. 1 Jn. 3:8; Ef. 1:8.
9. Este oficio de mediador entre Dios y el hombre es propio sólo de Cristo, quien es el Profeta, Sacerdote y Rey de la iglesia de
Dios; y no puede, ni parcial ni totalmente, ser transferido de él a ningún otro.1
1. 1 Ti. 2:5.
10. Esta cantidad y orden de oficios son necesarios; pues, por nuestra ignorancia, tenemos necesidad de su oficio profético;1
y por
nuestra separación de Dios y la imperfección del mejor de nuestros servicios, necesitamos su oficio sacerdotal para reconciliarnos
con Dios y presentarnos aceptos para con él;2
y por nuestra falta de disposición y total incapacidad para volver a Dios y para rescatarnos
a nosotros mismos y protegernos de nuestros adversarios espirituales, necesitamos su oficio real para convencernos, subyugarnos,
atraernos, sostenernos, librarnos y preservarnos para su reino celestial.3
1. Jn. 1:18. 2. Col. 1:21; Gá. 5:17; He. 10:19-21. 3. Jn. 16:8; Sal. 110:3; Lc. 1:74,75.
9. Del libre albedrío
1. Dios ha dotado la voluntad del hombre de una libertad natural y de poder para actuar por elección propia, que no es forzada ni
determinada a hacer bien o mal por ninguna necesidad de la naturaleza.1
1. Mt. 17:12; Stg. 1:14; Dt. 30:19.
2. El hombre, en su estado de inocencia, tenía libertad y poder para querer y hacer lo que era bueno y agradable a Dios,1
pero era
inestable y podía caer de dicho estado.2
1. Ec. 7:29. 2. Gn. 3:6
3. El hombre, por su Caída en un estado de pecado, ha perdido completamente toda capacidad para querer cualquier bien espiritual
que acompañe a la salvación; por consiguiente, como hombre natural que está enteramente opuesto a ese bien y muerto en el
pecado, no puede por sus propias fuerzas convertirse a sí mismo o prepararse para ello.1
1. Ro. 6:16,20; Jn. 8:31-34; Ef. 2:1; 2 Co. 3:14; 4:3,4; Jn. 3:3; Ro. 7:18; 8:7; 1 Co. 2:14; Mt. 7:17,18; 12:33-37; Lc. 6:43-45; Jn. 6:44; Jer. 13:23; Jn. 3:3,5; 5:40;
6:37,39,40,44, 45,65; Hch. 7:51; Ro. 3:10-12; Stg. 1:18; Ro. 9:16-18; Jn. 1:12,13; Hch. 11:18; Fil. 1:29; Ef. 2:8,9.
4. Cuando Dios convierte a un pecador y lo traslada al estado de gracia, lo libra de su esclavitud natural bajo el pecado y, por su
sola gracia, lo capacita para querer y obrar libremente lo que es espiritualmente bueno;1
sin embargo, por razón de la corrupción
que todavía le queda, no quiere, ni perfecta ni únicamente, lo que es bueno, sino que también quiere lo que es malo.2
1. Col. 1:13; Jn. 8:36; Fil. 2:13. 2. Ro. 7:14-25; Gá. 5:17.
5. Esta voluntad del hombre es hecha perfecta e inmutablemente libre para querer sólo el bien, únicamente en el estado de gloria.1
1. Ef. 4:13; He. 12:23.
10. Del llamamiento eficaz
1. A aquellos a quienes Dios1
ha predestinado para vida,2
tiene a bien en su tiempo señalado y aceptable,3
llamar eficazmente4
por
su Palabra5
y Espíritu,6
sacándolos del estado de pecado y muerte en que están por naturaleza y llevándolos a la gracia y la salvación
por Jesucristo;7
iluminando de modo espiritual y salvador sus mentes, a fin de que comprendan las cosas de Dios;8
quitándoles el
corazón de piedra y dándoles un corazón de carne,9
renovando sus voluntades y, por su poder omnipotente, induciéndoles a querer
hacer lo bueno, y llevándoles eficazmente a Jesucristo;10 pero de modo que acuden a él con total libertad, habiendo recibido por la
gracia de Dios la disposición para hacerlo.11
1. Ro. 8:28,29. 2. Ro. 8:29,30; 9:22-24; 1 Co. 1:26-28; 2 Ts. 2:13,14; 2 Ti. 1:9.
3. Jn. 3:8; Ef. 1:11. 4. Mt. 22:14; 1 Co. 1:23,24; Ro. 1:6; 8:28; Jud. 1; Sal. 29; Jn. 5:25; Ro. 4:17. 5. 2 Ts. 2:14; 1 P. 1:23-25; Stg. 1:17-25; 1 Jn. 5:1-5; Ro. 1:16,17; 10:14; He. 4:12.
6. Jn. 3:3,5,6,8; 2 Co. 3:3,6. 7. Ro. 8:2; 1 Co. 1:9; Ef. 2:1-6; 2 Ti. 1:9,10. 8. Hch. 26:18; 1 Co. 2:10,12; Ef. 1:17,18. 9. Ez. 36:26.
10. Dt. 30:6; Ez. 36:27; Jn. 6:44,45; Ef. 1:19; Fil. 2:13. 11. Sal. 110:3; Jn. 6:37; Ro. 6:16-18.
2. Este llamamiento eficaz proviene exclusivamente de la gracia libre y especial de Dios, no de ninguna cosa prevista en el hombre,
ni por ningún poder o instrumentalidad en la criatura,1
siendo en esto enteramente pasivo, al estar muerto en delitos y pecados,
hasta que es vivificado y renovado por el Espíritu Santo;2
es capacitado de este modo para responder a este llamamiento y para
recibir la gracia que éste ofrece y transmite, y esto por un poder no menor que el que resucitó a Cristo de los muertos.3
1. 2 Ti. 1:9; Tit. 3:4,5; Ef. 2:4,5,8,9; Ro. 9:11.
2. 1 Co. 2:14; Ro. 8:7; Ef. 2:5.
3. Ef. 1:19,20; Jn. 6:37; Ez. 36:27; Jn. 5:25.
3. Los niños escogidos∗
que mueren en la infancia son regenerados y salvados por Cristo por medio del Espíritu, quien obra
cuándo, dónde y cómo quiere;1
así lo son también todas las personas escogidas que sean incapaces de ser llamadas externamente
por el ministerio de la Palabra.
1) Jn. 3:8.
4. Otros, que no son escogidos, aunque sean llamados por el ministerio de la Palabra y tengan algunas de las operaciones comunes
del Espíritu,1
como no son eficazmente traídos por el Padre, no quieren ni pueden acudir verdaderamente a Cristo y, por lo
tanto, no pueden ser salvos;2
mucho menos pueden ser salvos los que no reciben la religión cristiana, por muy diligentes que sean
en conformar sus vidas a la luz de la naturaleza y a la ley de la religión que profesen.3
1. Mt. 22:14; Mt. 13:20,21; He. 6:4,5; Mt. 7:22. 2. Jn. 6:44,45,64-66; 8:24.
3. Hch. 4:12; Jn. 4:22; 17:3.
11. De la justificación
1. A quienes Dios llama eficazmente, también justifica gratuitamente,1
no infundiéndoles justicia y rectitud sino perdonándoles
sus pecados, y considerando y aceptando sus personas como justas;2
no por nada que hay en ellos o hecho por ellos, sino solamente
por causa de Cristo;3
no imputándoles la fe misma, ni la acción de creer, ni ninguna otra obediencia evangélica como justicia; sino
imputándoles la obediencia activa de Cristo a toda la ley y su obediencia pasiva en su muerte para la completa y única justicia de
ellos por la fe, la cual tienen no de sí mismos; es don de Dios.4
1. Ro. 3:24; 8:30. 2. Ro. 4:5-8; Ef. 1:7. 3. 1 Co. 1:30,31; Ro. 5:17-19.
4. Fil. 3:9; Ef. 2:7,8; 2 Co. 5:19-21; Tit. 3:5,7; Ro. 3:22-28; Jer. 23:6; Hch. 13:38,39.
2. La fe que así recibe a Cristo y confía en él y en su justicia es el único instrumento de la justificación;1
sin embargo, no está sola
en la persona justificada, sino que siempre va acompañada por todas las demás virtudes salvadoras, y no es una fe muerta sino que
obra por el amor.2
1. Ro. 1:17; 3:27-31; Fil. 3:9; Gá. 3:5. 2. Gá. 5:6; Stg. 2:17,22,26.
3. Cristo, por su obediencia y muerte, saldó totalmente la deuda de todos aquellos que son justificados; y por el sacrificio de sí
mismo en la sangre de su cruz, sufriendo en el lugar de ellos el castigo que merecían, satisfizo adecuada, real y completamente a la
justicia de Dios en favor de ellos;1
sin embargo, por cuanto Cristo fue dado por el Padre para ellos,2
y su obediencia y satisfacción
fueron aceptadas en lugar de las de ellos,3
y ambas gratuitamente y no por nada en ellos, su justificación es solamente de pura gracia,4
a fin de que tanto la precisa justicia como la rica gracia de Dios fueran glorificadas en la justificación de los pecadores.5
1. Ro. 5:8-10,19; 1 Ti. 2:5,6; He. 10:10,14; Is. 53:4-6,10-12.
2. Ro. 8:32. 3. 2 Co. 5:21; Mt. 3:17; Ef. 5:2. 4. Ro. 3:24; Ef. 1:7. 5. Ro. 3:26; Ef. 2:7.
4. Desde la eternidad, Dios decretó justificar a todos los escogidos;1
y en el cumplimiento del tiempo, Cristo murió por los pecados
de ellos, y resucitó para su justificación;2
sin embargo, no son justificados personalmente hasta que, a su debido tiempo, Cristo
les es realmente aplicado por el Espíritu Santo.3
1. 1 P. 1:2,19,20; Gá. 3:8; Ro. 8:30. 2. Ro. 4:25; Gá. 4:4; 1 Ti. 2:6.
3. Col. 1:21,22; Tit. 3:4-7; Gá. 2:16; Ef. 2:1-3.
5. Dios continúa perdonando los pecados de aquellos que son justificados,1
y aunque ellos nunca pueden caer del estado de justificación,2
sin embargo pueden, por sus pecados, caer en el desagrado paternal de Dios; y, en esa condición, no suelen recibir la restauración
de la luz de su rostro, hasta que se humillen, confiesen sus pecados, pidan perdón y renueven su fe y arrepentimiento.3
1. Mt. 6:12; 1 Jn. 1:7–2:2; Jn. 13:3-11. 2. Lc. 22:32; Jn. 10:28; He. 10:14.
3. Sal. 32:5; 51:7-12; Mt. 26:75; Lc. 1:20.
6. La justificación de los creyentes bajo el Antiguo Testamento fue, en todos estos sentidos, una y la misma que la justificación de
los creyentes bajo el Nuevo Testamento.1
1. Gá. 3:9; Ro. 4:22-24.
∗
Elegidos – no aparece en algunas ediciones de la Confesión, pero sí en la original.
12. De la adopción
1. A todos aquellos que son justificados,1
Dios se dignó,2
en su único Hijo Jesucristo y por amor de éste,3
hacerles partícipes de la
gracia de la adopción, por la cual son incluidos en el número de los hijos de Dios y gozan de sus libertades y privilegios, tienen su
nombre escrito sobre ellos,4
reciben el espíritu de adopción, tienen acceso al trono de la gracia con confianza, reciben capacitación
para clamar: “Abba, Padre,”5
reciben compación, protección, provisión y corrección como por parte de un Padre, nunca son
desechados, sino que son sellados para el día de la redención,6
y heredan las promesas como herederos de la salvación eterna.7
1. Gá. 3:24-26. 2. 1 Jn. 3:1-3. 3. Ef. 1:5; Gá.4:4,5; Ro. 8:17,29.
4. Ro. 8:17; Jn. 1:12; 2 Co. 6:18; Ap. 3:12. 5. Ro. 8:15; Ef. 3:12; Ro. 5:2; Gá. 4:6; Ef. 2:18.
6. Sal. 103:13; Pr. 14:26; Mt. 6:30,32; 1 P. 5:7; He. 12:6; Is. 54:8,9; Lm. 3:31; Ef. 4:30.
7. Ro. 8:17; He. 1:14; 9:15.
13. De la santificación
1.
Aquellos que están unidos a Cristo, son llamados
eficazmente y regenerados, teniendo un nuevo corazón y un nuevo espíritu,
creados en ellos en virtud de la muerte y la resurrección de Cristo,1
son aún más santificados de un modo real y personal,2
mediante la misma virtud,3 por su Palabra y Espíritu que moran en
ellos;4 el dominio del cuerpo entero del pecado es destruido, y
las diversas concupiscencias del mismo se van debilitando y mortificando más y
más, y se van vivificando y fortaleciendo más y más en todas las virtudes
salvadoras, para la práctica de toda verdadera santidad,5
sin la cual nadie verá al Señor.6
1. Jn. 3:3-8; 1 Jn. 2:29; 3:9,10; Ro.
1:7; 2 Co. 1:1; Ef. 1:1; Fil. 1:1; Col. 3:12; Hch. 20:32; 26:18; Ro. 15:16; 1
Co. 1:2; 6:11; Ro. 6:1-11.
2. 1 Ts. 5:23; Ro. 6:19,22.
3. 3.
1 Co. 6:11; Hch. 20:32; Fil. 3:10; Ro. 6:5,6.
4. Jn. 17:17; Ef. 5:26; 3:16-19; Ro.
8:13.
5. Ro. 6:14; Gá. 5:24; Ro. 8:13; Col.
1:11; Ef. 3:16-19; 2 Co. 7:1; Ro. 6:13; Ef. 4:22-25; Gá. 5:17. 6.
He. 12:14.
2.
Esta santificación se efectúa en el hombre en su
totalidad, aunque es incompleta en esta vida; todavía quedan algunos remanentes
de corrupción en cada parte,1 de donde surge una continua e
irreconciliable guerra:2 la carne lucha contra el Espíritu, y el
Espíritu contra la carne.3
1. 1 Ts. 5:23; 1 Jn. 1:8,10; Ro.
7:18,23; Fil. 3:12.
2. 1 Co. 9:24-27; 1 Ti. 1:18; 6:12; 2
Ti. 4:7.
3. 3.
Gá. 5:17; 1 P. 2:11.
3.
En dicha guerra, aunque la corrupción que aún
queda prevalezca mucho por algún tiempo,1 la parte regenerada
triunfa a través de la continua provisión de fuerzas por parte del Espíritu
santificador de Cristo;2 y así los santos crecen en la gracia,
perfeccionando la santidad en el temor de Dios, prosiguiendo una vida
celestial, en obediencia evangélica a todos los mandatos que Cristo, como
Cabeza y Rey, les ha prescrito en su Palabra.3
1. Ro. 7:23.
2. Ro.
6:14; 1 Jn. 5:4; Ef. 4:15,16.
3.
2 P. 3:18; 2 Co. 7:1; 3:18; Mt. 28:20.
14. De la fe salvadora
1. La
gracia de la fe, por la cual los escogidos reciben capacidad para creer para la
salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones, y
ordinariamente se realiza por el ministerio de la Palabra;1
por la cual, y por la administración del bautismo y la Cena del Señor, la
oración y otros medios designados por Dios, esa fe aumenta y se fortalece.2
1. Jn. 6:37, 44; Hch. 11:21,24; 13:48;
14:27; 15:9; 2 Co. 4:13; Ef. 2:8; Fil. 1:29; 2 Ts. 2:13; 1 P. 1:2.
2. Ro. 10:14,17; Lc. 17:5; Hch. 20:32;
Ro. 4:11; 1 P. 2:2.
2. Por
esta fe, el cristiano cree que es fidedigno todo lo revelado en la Palabra por
la autoridad de Dios mismo, y también percibe en ella una excelencia superior a
todos los demás escritos y todas las cosas en el mundo, pues muestra la gloria
de Dios en sus atributos, la excelencia de Cristo en su naturaleza y oficios, y
el poder y la plenitud del Espíritu Santo en sus obras y operaciones; y de esta
forma, el cristiano recibe capacidad para confiar su alma a la verdad así
creída;1 y también actúa de manera diferente según sea el contenido
de cada pasaje en particular: produciendo obediencia a los mandatos,2
temblando ante las amenazas,3 y abrazando las promesas de Dios para
esta vida y para la venidera;4 pero las principales acciones de la fe
salvadora tienen que ver directamente con Cristo: aceptarle, recibirle y
descansar sólo en él para la justificación, santificación y vida eterna, en
virtud del pacto de gracia.5
1. Hch. 24:14; 1 Ts. 2:13; Sal. 19:7-10;
119:72.
2. 2. Jn.
15:14; Ro. 16:26.
3. Is. 66:2.
4. 4. 1
Ti. 4:8; He. 11:13.
5. 5.
Jn. 1:12; Hch. 15:11; 16:31; Gá. 2:20.
3. Esta
fe, aunque sea de un nivel diferente y pueda ser débil o fuerte,1
es, sin embargo, aun en su nivel más bajo, diferente en su clase y naturaleza
(como lo es toda otra gracia salvadora) de la fe y la gracia común de aquellos
creyentes que sólo lo son por un tiempo;2 y consecuentemente,
aunque muchas veces sea atacada y debilitada, resulta, sin embargo, victoriosa,3
creciendo en muchos hasta obtener la completa seguridad4
a través de Cristo, quien es tanto el autor como el consumador de nuestra fe.5
1. Mt. 6:30; 8:10,26; 14:31; 16:8; Mt.
17:20; He. 5:13,14; Ro. 4:19,20.
2. Stg. 2:14; 2 P. 1:1; 1 Jn. 5:4.
3. Lc. 22:31,32; Ef. 6:16; 1 Jn.
5:4,5.
4. Sal. 119:114; He. 6:11,12;
10:22,23.
5. He. 12:2.
15. Del arrepentimiento para vida
y salvación
1.
A aquellos de los escogidos que se convierten
cuando ya son adultos, habiendo vivido por algún tiempo en el estado natural,1
y habiendo servido en el mismo a diversas concupiscencias y placeres, Dios, al
llamarlos eficazmente, les da arrepentimiento para vida.2
1. Tit. 3:2-5.
2. 2.
2 Cr. 33:10-20; Hch. 9:1-19; 16:29,30.
2.
Si bien no hay nadie que haga el bien y no
peque,1 y los mejores hombres, mediante el poder y el engaño de la
corrupción que habita en ellos, junto con el predominio de la tentación, pueden
caer en grandes pecados y provocaciones,2 Dios, en el pacto de
gracia, ha dispuesto misericordiosamente que los creyentes que pequen y caigan
de esta manera sean renovados mediante el arrepentimiento para salvación.3
1. Sal. 130:3; 143:2; Pr.20:9; Ec.
7:20.
2. 2 S. 11:1-27; Lc. 22:54-62.
3. 3.
Jer. 32:40; Lc. 22:31,32; 1 Jn. 1:9.
3.
Este arrepentimiento para salvación es una
gracia evangélica1 por la cual una persona a quien el Espíritu
hace consciente de las múltiples maldades de su pecado,2
mediante la fe en Cristo3 se humilla por él con una tristeza que
es según Dios, lo abomina y se aborrece a sí mismo, ora pidiendo el perdón y
las fuerzas que proceden de la gracia,4 con el propósito y
empeño, mediante la provisión del Espíritu, de andar delante de Dios para
agradarle en todo.5
1.
Hch.
5:31; 11:18; 2 Ti. 2:25.
2.
Sal.
51:1-6; 130:1-3; Lc. 15:17-20; Hch. 2:37,38.
3. Sal. 130:4; Mt. 27:3-5; Mr.
1:15.
4. Ez. 16:60-63; 36:31,32; Zc. 12:10;
Mt. 21:19; Hch. 15:19; 20:21; 26:20; 2 Co. 7:10,11; 1 Ts. 1:9.
5.
Pr.
28:13; Ez. 36:25; 18:30,31; Sal. 119:59,104,128; Mt. 3:8; Lc. 3:8; Hch. 26:20;
1 Ts. 1:9.
4.
Puesto que el arrepentimiento ha de continuar a
lo largo de toda nuestra vida, debido al cuerpo de muerte y sus inclinaciones,1
es por lo tanto, el deber de cada hombre arrepentirse específicamente de los
pecados concretos que conozca.2
1. Ez. 16:60; Mt. 5:4; 1 Jn. 1:9.
2. 2.
Lc. 19:8; 1 Ti. 1:13,15.
5.
Tal es la provisión que Dios ha hecho a través
de Cristo en el pacto de gracia para la preservación de los creyentes para
salvación que, si bien no hay pecado tan pequeño que no merezca la condenación,1
no hay, sin embargo, pecado tan grande que acarree condenación a aquellos que
se arrepienten, lo cual hace necesaria la predicación constante del
arrepentimiento.2
1. Sal. 130:3; 143:2; Ro. 6:23.
2. Is. 1:16-18; 55:7; Hch. 2:36-38.
16. De las buenas obras
1.
Las
buenas obras son solamente aquellas que Dios ha ordenado en su santa Palabra1
y no las que, sin la autoridad de ésta, han inventado los hombres por un fervor
ciego o con el pretexto de que tienen buenas intenciones.2
1. Mi. 6:8; Ro. 12:2; He. 13:21; Col.
2:3; 2 Ti. 3:16,17. 2. Mt. 15:9 con Is. 29:13; 1 P. 1:18; Ro. 10:2;
Jn. 16:2; 1 S. 15:21-23; 1 Co. 7:23; Gá. 5:1; Col. 2:8,16-23
2.
Estas
buenas obras, hechas en obediencia a los mandamientos de Dios, son los frutos y
evidencias de una fe verdadera y viva;1 y por ellas los creyentes
manifiestan su gratitud,2 fortalecen su seguridad,3
edifican a sus hermanos,4 adornan la profesión del Evangelio,5
tapan la boca de los adversarios6 y glorifican a Dios, cuya hechura
son, creados en Cristo Jesús para ello,7 para que teniendo por fruto
la santificación, tengan como fin la vida eterna.8
1. Stg. 2:18,22; Gá. 5:6; 1 Ti.
1:5.
2. Sal. 116:12-14; 1 P. 2:9,12; Lc.
7:36-50 con Mt. 26:1-11.
3. 1 Jn. 2:3,5; 3:18,19; 2 P.
1:5-11. 4. 2 Co. 9:2; Mt. 5:16.
5.
Mt. 5:16; Tit. 2:5,9-12; 1 Ti. 6:1; 1 P. 2:12. 6. 1 P. 2:12,15; Tit. 2:5; 1 Ti. 6:1.
7.
Ef. 2:10; Fil. 1:11; 1 Ti. 6:1; 1 P. 2:12; Mt. 5:16. 8.
Ro. 6:22; Mt. 7:13,14,21-23.
3.
La
capacidad que tienen los creyentes para hacer buenas obras no es de ellos
mismos en ninguna manera, sino completamente del Espíritu de Cristo. Y para que
ellos puedan tener esta capacidad, además de las virtudes que ya han recibido,
necesitan una influencia real del mismo Espíritu Santo para obrar en ellos
tanto el querer como el hacer por su buena voluntad;1 sin embargo,
no deben volverse negligentes por ello, como si no estuviesen obligados a
cumplir deber alguno aparte de un impulso especial del Espíritu, sino que deben
ser diligentes en avivar la gracia de Dios que está en ellos.2
1. Ez. 36:26,27; Jn. 15:4-6; 2 Co. 3:5;
Fil. 2:12,13; Ef. 2:10.
2. Ro. 8:14; Jn. 3:8; Fil. 2:12,13; 2 P.
1:10; He. 6:12; 2 Ti. 1:6; Jud. 20,21.
4.
Quienes
alcancen la máxima obediencia posible en esta vida quedan tan lejos de llegar a
un grado supererogatorio, y de hacer más de lo que Dios requiere, que les falta
mucho de lo que por deber están obligados a hacer.1
1. R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3;
143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,23; 7:14 ss.; Gá. 5:17; 1 Jn. 1:6-10; Lc. 17:10.
5.
Nosotros
no podemos, aun por nuestras mejores obras, merecer el perdón del pecado o la
vida eterna de la mano de Dios, a causa de la gran desproporción que existe
entre nuestras obras y la gloria que ha de venir,1 y por la
distancia infinita que hay entre nosotros y Dios, a quien no podemos beneficiar
por dichas obras, ni satisfacer la deuda de nuestros pecados anteriores; hasta
cuando hemos hecho todo lo que podemos, no hemos sino cumplido con nuestro
deber y somos siervos inútiles;2 y tanto en cuanto son buenas
proceden de su Espíritu;3 y en cuanto son hechas por nosotros, son
impuras y están mezcladas con tanta debilidad e imperfección que no pueden
soportar la severidad del castigo de Dios.4
1. Ro. 8:18. 2.
Job 22:3; 35:7; Lc. 17:10; Ro. 4:3; 11:3. 3.
Gá. 5:22,23.
4. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; 143:2; Pr.
20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,23; 7:14ss.; Gá.
5:17; 1 Jn. 1:6-10.
6.
No
obstante, por ser aceptados los creyentes por medio de Cristo, sus buenas obras
también son aceptadas en él;1 no como si fueran en esta vida
enteramente irreprochables e irreprensibles a los ojos de Dios;2
sino que a él, mirándolas en su Hijo, le place aceptar y recompensar aquello
que es sincero aun cuando esté acompañado de muchas debilidades e
imperfecciones.3
1. Ex. 28:38; Ef. 1:6,7; 1 P. 2:5.
2. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3;
143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,23; 7;14ss.; Gá. 5:17; 1 Jn. 1:6-10.
3. He. 6:10; Mt. 25:21,23.
7.
Las
obras hechas por hombres no regenerados, aunque en sí mismas sean cosas que
Dios ordena, y de utilidad tanto para ellos como para otros,1 sin
embargo, por no proceder de un corazón purificado por la fe2 y no
ser hechas de una manera correcta de acuerdo con la Palabra,3 ni
para un fin correcto (la gloria de Dios4), son, por tanto,
pecaminosas, y no pueden agradar a Dios ni hacer que alguien sea digno de
recibir gracia por parte de Dios.5 Y a pesar de esto, el descuido de
las buenas obras es más pecaminoso y desagradable a Dios.6
1. 1 R. 21:27-29; 2 R. 10:30,31; Ro.
2:14; Fil. 1:15-18.
2. Gn. 4:5 con He. 11:4-6; 1 Ti. 1:5;
Ro. 14:23; Gá. 5:6.
3. 1 Co. 13:3; Is. 1:12. 4. Mt.
6:2,5,6; 1 Co. 10:31.
5.
Ro. 9:16; Tit. 1:15; 3:5.
6. 1 R. 21:27-29; 2 R. 10:30,31;
Sal. 14:4; 36:3.
17. De la perseverancia de los santos
1. Aquellos a quienes Dios ha aceptado
en el Amado, y ha llamado eficazmente y santificado por su Espíritu, y a
quienes ha dado la preciosa fe de sus escogidos, no pueden caer ni total ni
definitivamente del estado de gracia, sino que ciertamente perseverarán en él
hasta el fin, y serán salvos por toda la eternidad, puesto que los dones y el llamamiento
de Dios son irrevocables, por lo que él continúa engendrando y nutriendo en
ellos la fe, el arrepentimiento, el amor, el gozo, la esperanza y todas las
virtudes del Espíritu para inmortalidad;1 y aunque surjan y les
azoten muchas tormentas e inundaciones, nunca podrán arrancarles del fundamento
y la roca a que por la fe están aferrados; a pesar de que, por medio de la
incredulidad y las tentaciones de Satanás, la visión perceptible de la luz y el
amor de Dios puede ensombrecérseles y oscurecérseles por un tiempo,2
él, sin embargo, sigue siendo el mismo, y ellos serán guardados, sin ninguna
duda, por el poder de Dios para salvación, en la que gozarán de su posesión
adquirida, al estar ellos esculpidos en las palmas de sus manos y sus nombres
escritos en el libro de la vida desde toda la eternidad.3
1. Jn. 10:28,29; Fil. 1:6; 2 Ti. 2:19; 2
P.1:5-10; 1 Jn. 2:19.
2. Sal. 89:31,32; 1 Co. 11:32; 2 Ti.
4:7.
3. Sal. 102:27; Mal. 3:6; Ef. 1:14; 1 P.
1:5; Ap. 13:8.
2. Esta perseverancia de los santos
depende no de su propio libre albedrío,1 sino de la inmutabilidad
del decreto de elección,2 que fluye del amor libre e inmutable de
Dios el Padre, sobre la base de la eficacia de los méritos y la intercesión de
Jesucristo y la unión con él,3 del juramento de Dios,4 de
la morada de su Espíritu, de la simiente de Dios que está en los santos5
y de la naturaleza del pacto de gracia,6 de todo lo cual surgen
también la certeza y la infalibilidad de la perseverancia.
1. Fil. 2:12,13; Ro. 9:16; Jn.
6:37,44.
2. Mt. 24:22,24,31; Ro. 8:30; 9:11,16;
11:2,29; Ef. 1:5-11.
3. Ef. 1:4; Ro. 5:9,10; 8:31-34; 2 Co.
5:14; Ro. 8:35-38; 1 Co. 1:8,9; Jn. 14:19; 10:28,29.
4. He. 6:16-20.
5. 1 Jn. 2:19,20,27; 3:9; 5:4,18; Ef.
1:13; 4:30; 2 Co. 1:22; 5:5; Ef. 1:14.6. Jer. 31:33,34; 32:40; He. 10:11-18; 13:20,21.
3. Y aunque los santos (mediante la
tentación de Satanás y del mundo, el predominio de la corrupción que queda en
ellos y el descuido de los medios para su preservación) caigan en pecados
graves y por algún tiempo permanezcan en ellos1 (por lo que incurren
en el desagrado de Dios y entristecen a su Espíritu Santo,2 se les
dañan sus virtudes y consuelos,3 se les endurece el corazón y se les
hiere la conciencia,4 lastiman y escandalizan a otros,5 y
se acarrean juicios temporales6), renovarán su arrepentimiento y
serán preservados hasta el fin mediante la fe en Cristo Jesús.7
1. Mt. 26:70,72,74. 2. Sal. 38:1-8; Is. 64:5-9; Ef. 4:30;
1 Ts. 5:14. 3. Sal. 51:10-12.
4. Sal. 32:3,4; 73:21,22. 5.
2 S. 12:14; 1 Co. 8:9-13; Ro. 14:13-18; 1 Ti. 6:1,2; Tit. 2:5.
6.
2 S. 12:14ss.; Gn. 19:30-38; 1 Co. 11:27-32. 7.
Lc. 22:32,61,62; 1 Co. 11:32; 1 Jn. 3:9; 5:18
18. De la seguridad de la gracia y de la salvación
1. Aunque los creyentes que lo son por
un tiempo y otras personas no regeneradas vanamente se engañen a sí mismos con
esperanzas falsas y presunciones carnales de que cuentan con el favor de Dios y
que están en estado de salvación (pero la esperanza de ellos perecerá1),
los que creen verdaderamente en el Señor Jesús y le aman con sinceridad,
esforzándose por andar con toda sinceridad delante de él, pueden en esta vida
estar absolutamente seguros de hallarse en el estado de gracia, y pueden
regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios; y tal esperanza nunca les
avergonzará.2
1. Jer. 17:9; Mt. 7:21-23; Lc. 18:10-14;
Jn. 8:41; Ef. 5:6,7; Gá. 6:3,7-9.
2. Ro. 5:2,5; 8:16; 1 Jn. 2:3;
3:14,18,19,24; 5:13; 2 P. 1:10.
2. Esta certeza no es un mero
convencimiento conjetural y probable, basada en una esperanza falible, sino que
es una seguridad infalible de fe1 basada en la sangre y la justicia
de Cristo reveladas en el evangelio;2 y también en la evidencia
interna de aquellas virtudes del Espíritu a las cuales éste les hace promesas,3
y en el testimonio del Espíritu de adopción testificando con nuestro espíritu
que somos hijos de Dios;4 y, como fruto suyo, mantiene el corazón
humilde y santo.5
1. Ro. 5:2,5; He. 6:11,19,20; 1 Jn.
3:2,14; 4:16; 5:13,19,20.
2. He. 6:17,18; 7:22; 10:14,19.
3. Mt. 3:7-10; Mr. 1:15; 2 P. 1:4-11; 1
Jn. 2:3; 3:14,18,19,24; 5:13.
4. Ro. 8:15,16; 1 Co. 2:12; Gá.
4:6,7. 5. 1 Jn. 3:1-3.
3. Esta seguridad infalible no pertenece
a la esencia de la fe hasta tal punto que un verdadero creyente no pueda
esperar mucho tiempo y luchar con muchas dificultades antes de ser partícipe de
tal seguridad;1 sin embargo, siendo capacitado por el Espíritu para
conocer las cosas que le son dadas gratuitamente por Dios, puede alcanzarla,2
sin una revelación extraordinaria, por el uso adecuado de los medios; y por eso
es el deber de cada uno ser diligente para hacer firme su llamamiento y
elección; para que así su corazón se ensanche en la paz y en el gozo en el
Espíritu Santo, en amor y gratitud a Dios, y en fuerza y alegría en los deberes
de la obediencia, que son los frutos propios de esta seguridad: así está de
lejos esta seguridad de inducir a los hombres al libertinaje.3
1. Hch. 16:30-34; 1 Jn. 5:13.
2. Ro. 8:15,16; 1 Co. 2:12; Gá. 4:4-6
con 3:2; 1 Jn. 4:13; Ef. 3:17-19; He. 6:11,12; 2 P. 1:5-11.
3. 2 P. 1:10; Sal. 119:32; Ro. 15:13;
Neh. 8:10; 1 Jn. 4:19,16; Ro. 6:1,2,11-13; 14:17; Tit. 2:11-14; Ef. 5:18.
4. La seguridad de la salvación de los
verdaderos creyentes puede ser zarandeada, disminuida e interrumpida de
diversas maneras: por negligencia en conservarla,1 por caer en algún
pecado especial que hiere la conciencia y contrista al Espíritu,2
por alguna tentación repentina o fuerte,3 por retirarles Dios la luz
de su rostro, permitiendo, aun a los que le temen, que caminen en tinieblas, y
no tengan luz;4 sin embargo, nunca quedan destituidos de la simiente
de Dios y de la vida de fe, de aquel amor de Cristo y de los hermanos, de
aquella sinceridad de corazón y conciencia del deber, por los cuales, mediante
la operación del Espíritu, esta seguridad puede ser revivida con el tiempo; y
por los cuales, mientras tanto, los verdaderos creyentes son preservados de
caer en total desesperanza.5
1. He. 6:11,12; 2 P. 1:5-11. 2.
Sal. 51:8,12,14; Ef. 4:30.
3.
Sal. 30:7; 31:22; 77:7,8; 116:11. 4.
Is. 50:10.
5. 1 Jn. 3:9; Lc. 22:32; Ro. 8:15,16;
Gá. 4:5; Sal. 42:5,11.
19. De la ley de Dios
1.
Dios
dio a Adán una ley de obediencia universal escrita en su corazón,1 y
un precepto en particular de no comer del fruto del árbol del conocimiento del
bien y del mal;2 por lo cual le obligó a él y a toda su posteridad a
una obediencia personal completa, exacta y perpetua; prometió la vida por el
cumplimiento de su ley, y amenazó con la muerte su infracción; y le dotó
también del poder y de la capacidad para
guardarla.3
1. Gn. 1:27; Ec. 7:29; Ro. 2:12a,
14,15.
2. Gn. 2:16,17.
3. Gn. 2:16,17; Ro. 10:5; Gá. 3:10,12.
2.
La
misma ley que primeramente fue escrita en el corazón del hombre continuó siendo
una regla perfecta de justicia después de la Caída;1 y fue dada por
Dios en el monte Sinaí,2 en diez mandamientos, y escrita en dos
tablas; los cuatro primeros mandamientos contienen nuestros deberes para con
Dios, y los otros seis, nuestros deberes para con los hombres.3
1. Para el Cuarto Mandamiento, Gn. 2:3;
Ex. 16; Gn. 7:4; 8:10,12; para el Quinto Mandamiento, Gn. 37:10; para el Sexto
Mandamiento, Gn. 4:3-15; para el Séptimo Mandamiento, Gn. 12:17; para el Octavo
Mandamiento, Gn. 31:30; 44:8; para el Noveno Mandamiento, Gn. 27:12; para el
Décimo Mandamiento, Gn.
6:2; 13:10,11.
2. Ro. 2:12a, 14,15. 3.
Ex. 32:15,16; 34:4,28; Dt. 10:4.
3.
Además
de esta ley, comúnmente llamada ley moral, agradó a Dios dar al pueblo de
Israel leyes ceremoniales que contenían varias ordenanzas típicas; en parte de
adoración, prefigurando a Cristo, sus virtudes, acciones, sufrimientos y
beneficios;1 y en parte proponiendo diversas instrucciones sobre los
deberes morales.2 Todas aquellas leyes ceremoniales, habiendo sido
prescritas solamente hasta el tiempo de
su reforma, cuando fueron abrogadas y quitadas por Jesucristo, el
verdadero Mesías y único legislador, quien fue investido con poder por parte
del Padre para ese fin.3
1. He. 10:1; Col. 2:16,17. 2.
1 Co. 5:7; 2 Co. 6:17; Jud. 23.
3.
Col. 2:14,16,17; Ef. 2:14-16.
4.
Dios
también les dio a los israelitas diversas leyes civiles, que acabaron cuando
acabó aquel pueblo como Estado, no siendo ahora obligatorias para nadie en
virtud de aquella institución;1 siendo solamente sus principios de
equidad utilizables en la actualidad.2
1. Lc. 21:20-24; Hch. 6:13,14; He.
9:18,19 con 8:7,13; 9:10; 10:1.
2. 1 Co. 5:1; 9:8-10
5.
La
ley moral obliga para siempre a todos, tanto a los justificados como a los
demás, a que se la obedezca;1 y esto no sólo en consideración a su
contenido, sino también con respecto a la autoridad de Dios, el Creador, quien
la dio.2 Tampoco Cristo, en el evangelio, en ninguna manera cancela
esta obligación sino que la refuerza considerablemente.3
1. Mt. 19:16-22; Ro. 2:14-15; 3:19-20;
6:14; 7:6; 8:3; 1 Ti. 1:8-11; Ro. 13:8-10; 1 Co. 7:19 con Gá. 5:6; 6:15; Ef.
4:25—6:4; Stg. 2:11-12.
2. Stg. 2:10-11. 3.
Mt. 5:17-19; Ro. 3:31; 1 Co. 9:21; Stg. 2:8.
6.
Aunque
los verdaderos creyentes no están bajo la ley como pacto de obras para ser por
ella justificados o condenados,1 sin embargo ésta es de gran
utilidad tanto para ellos como para otros, en que como regla de vida les
informa de la voluntad de Dios y de sus deberes, les dirige y obliga a andar en
conformidad con ella,2 les revela también la pecaminosa
contaminación de sus naturalezas, corazones y vidas; de manera que, al
examinarse a la luz de ella, puedan llegar a una convicción más profunda de su
pecado, a sentir humillación por él y odio contra él; junto con una visión más
clara de la necesidad que tienen de Cristo, y de la perfección de su
obediencia.3 También la ley moral es útil para los regenerados a fin
de restringir su corrupción, en cuanto que prohíbe el pecado; y sus amenazas
sirven para mostrar lo que sus pecados todavía merecen, y qué aflicciones
pueden esperar por ellos en esta vida, aun cuando estén libres de la maldición
y el puro rigor de la ley.4 Asimismo sus promesas manifiestan a los
regenerados que Dios aprueba la obediencia y cuáles son las bendiciones que
pueden esperar por el cumplimiento de la misma,5 aunque no como si
se les deba por la ley como pacto de obras;6 de manera que si
alguien hace lo bueno y se abstiene de hacer lo malo porque la ley le manda lo
uno y le prohíbe lo otro, no por ello demuestra que se encuentre bajo la ley y
no bajo la gracia.7
1. Hch. 13:39; Ro. 6:14; 8:1; 10:4; Gá.
2:16; 4:4,5.
2. Ro. 7:12,22,25; Sal. 119:4-6; 1 Co.
7:19. 3. Ro. 3:20; 7:7,9,14,24; 8:3; Stg.
1:23-25.
4.
Stg. 2:11; Sal. 119:101,104,128. 5.
Ef. 6:2,3; Sal. 37:11; Mt. 5:6; Sal. 19:11.
6. Lc. 17:10.
7. Véase el libro de Proverbios; Mt.
3:7; Lc. 13:3,5; Hch. 2:40; He. 11:26; 1 P. 3:8-13.
7.
Los
usos de la ley ya mencionados tampoco son contrarios a la gracia del evangelio,
sino que concuerdan armoniosamente con él; pues el Espíritu de Cristo subyuga y
capacita la voluntad del hombre para que haga libre y alegremente lo que
requiere la voluntad de Dios, revelada en la ley.1
1. Gá. 3:21; Jer. 31:33; Ez. 36:27; Ro.
8:4; Tit. 2:14.
20. Del evangelio y del alcance de su gracia
1. Habiendo sido quebrantado el pacto de
obras por el pecado y habiéndose vuelto inútil para dar vida, agradó a Dios dar
la promesa de Cristo, la simiente de la mujer, como el medio para llamar a los
escogidos, y engendrar en ellos la fe y el arrepentimiento. En esta promesa, el
evangelio, en su sustancia fue revelado, y por lo tanto, es eficaz para llevar
a los pecadores a la conversión y salvación1
1. Gn. 3:15 con Ef.2:12; Gá. 4:4; He.
11:13; Lc. 2:25,38; 23:51; Ro. 4:13-16; Gá. 3:15-22.
2. Esta promesa de Cristo, y la
salvación por medio de él, es revelada solamente por la Palabra de Dios.1
Ni las obras de la creación ni la providencia, con la luz de la naturaleza,
revelan a Cristo, o la gracia que es por medio de él, no en forma general ni
velada;2 igual como tampoco los hombres que no tengan una revelación
de él por la promesa del evangelio pueden obtener una fe salvadora o
arrepentimiento.3
1. Hch. 4:12; Ro. 10:13-15. 2.
Sal. 19; Ro. 1:18-23.
3. Ro. 2:12a; Mt. 28:18-20; Lc. 24:46,47
con Hch. 17:29,30; Ro. 3:9-20.
3.
La
revelación del evangelio a los pecadores, hecha en diversos tiempos y distintos
lugares, con el agregado de promesas y preceptos para la obediencia que éste
requiere de las naciones y personas a quienes es concedida, es sólo por la
voluntad soberana y el beneplácito de Dios;1 no apropiándosela en
virtud de promesa alguna, no obteniéndose por un buen uso de las capacidades
naturales de los hombres, ni en virtud de la luz común recibida aparte de él,
lo cual nadie hizo jamás ni puede hacer.2 Por lo tanto, en todas las
épocas, la predicación del evangelio ha sido concedida a personas y naciones,
en su extensión o restricción, con gran variedad, según el consejo de la
voluntad de Dios.
1. Mt. 11:20. 2.
Ro. 3:10-12; 8:7,8.
4.
Aunque
el evangelio es el único medio externo para revelar a Cristo y la gracia
salvadora, y es, como tal, completamente suficiente para este fin,1
para que los hombres que están muertos en sus delitos puedan nacer de nuevo,
ser vivificados o regenerados, es además necesaria, en toda alma, una obra
eficaz e insuperable del Espíritu Santo, con el fin de producir en ellos una
nueva vida espiritual; sin ésta, ningún otro medio puede efectuar su conversión
a Dios.2
1. Ro. 1:16,17. 2.
Jn. 6:44; 1 Co. 1:22-24; 2:14; 2 Co. 4:4,6.
21. De la libertad cristiana y de la libertad de conciencia
1.
La
libertad que Cristo ha comprado para los creyentes bajo el evangelio consiste
en su libertad de la culpa del pecado, de la ira condenatoria de Dios y de la
severidad y maldición de la ley,1 y en ser librados de este presente
siglo malo de la esclavitud a Satanás y del dominio del pecado,2 del
mal de las aflicciones, del temor y aguijón de la muerte, de la victoria sobre
el sepulcro y de la condenación eterna,3 y también consiste en su
libre acceso a Dios, y en rendirle obediencia a él, no por un temor servil,
sino por un amor filial y una mente dispuesta.4
Todo esto era sustancialmente aplicable
también a los creyentes bajo la ley;5 pero bajo el Nuevo Testamento
la libertad de los cristianos se ensancha mucho más porque están libres del
yugo de la ley ceremonial a que estaba sujeta la iglesia judía, y tienen ahora
mayor confianza para acercarse al Trono de gracia, y tienen una comunicación
más plena con el Espíritu libre de Dios que ordinariamente tenían los creyentes
bajo la ley.6
1. Jn. 3:36; Ro. 8:33; Gá. 3:13.
2. Gá. 1:4; Ef. 2:1-3; Col. 1:13; Hch.
26:18; Ro. 6:14-18; 8:3.
3. Ro. 8:28; 1 Co. 15:54-57; 1 Ts. 1:10;
He. 2:14,15.
4. Ef. 2:18; 3:12; Ro. 8:15; 1 Jn.
4:18.
5. Jn. 8:32; Sal. 19:7-9;
119:14,24,45,47,48, 72,97; Ro. 4:5-11; Gá. 3:9; He. 11:27,33,34.
6. Jn. 1:17; He. 1:1,2a; 7:19,22; 8:6;
9:23; 11:40; Gá. 2:11ss.; 4:1-3; Col. 2:16,17;
He. 10:19-21; Jn. 7:38,39.
2.
Sólo
Dios es el Señor de la conciencia,1 y la ha hecho libre de las
doctrinas y los mandamientos de los hombres que sean en alguna manera
contrarios a su Palabra o que no estén contenidos en ésta.2 Así que,
creer tales doctrinas u obedecer tales mandamientos por causa de la conciencia
es traicionar la verdadera libertad de conciencia,3 y exigir una fe
implícita y una obediencia ciega y absoluta es destruir la libertad de
conciencia y también la razón.4
1. Stg. 4:12; Ro. 14:4; Gá. 5:1.
2. Hch. 4:19; 5:29; 1 Co. 7:23; Mt.
15:9.
3. Col. 2:20,22,23; Gá. 1:10; 2:3-5;
5:1.
4. Ro. 10:17; 14:23; Hch. 17:11; Jn.
4:22; 1 Co. 3:5; 2 Co. 1:24.
3.
Los
que bajo el pretexto de la libertad cristiana practican cualquier pecado o abrigan
cualquier concupiscencia, al pervertir así el propósito principal de la gracia
del evangelio para su propia destrucción,1 en consecuencia,
destruyen completamente el propósito de la libertad cristiana, que consiste en
que, siendo librados de las manos de todos nuestros enemigos, sirvamos al Señor
sin temor, en santidad y justicia delante de él, todos los días de nuestra
vida.2
1. Ro. 6:1,2. 2.
Lc. 1:74,75; Ro. 14:9; Gá. 5:13; 2 P. 2:18,21.
22. De la adoración religiosa y del día de reposo
1. La luz de la naturaleza muestra que
hay un Dios, que tiene señorío y soberanía sobre todo; es justo, bueno y hace
bien a todos; y que, por lo tanto, debe ser temido, amado, alabado, invocado,
creído y servido con toda el alma, con todo el corazón y con todas las fuerzas.1
Pero el modo aceptable de adorar al verdadero Dios fue instituido por él mismo,
y está de tal manera limitado por su propia voluntad revelada que no se debe
adorar a Dios conforme a las imaginaciones e invenciones de los hombres o a las
sugerencias de Satanás, ni bajo ninguna representación visible ni en ningún
otro modo no prescrito en las Sagradas Escrituras.2
1. Jer. 10:7; Mr. 12:33.
2. Gn. 4:1-5; Ex. 20:4-6; Mt. 15:3,8,9;
2 R. 16:10-18; Lv. 10:1-3; Dt. 17:3; 4:2; 12:29-32; Jos. 1:7; 23:6-8; Mt.
15:13; Col. 2:20-23; 2 Ti. 3:15-17.
2. La adoración religiosa ha de
tributarse a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a él solamente;1
no a los ángeles, ni a los santos, ni a ninguna otra criatura;2 y
desde la Caída, no sin un mediador; ni por la mediación de ningún otro, sino
solamente de Cristo.3
1. Mt. 4:9,10; Jn. 5:23; 2 Co.
13:14.
2. Ro. 1:25; Col. 2:18; Ap. 19:10.
3. Jn. 14:6; Ef. 2:18; Col. 3:17; 1 Ti.
2:5.
3. Siendo la oración, con acción de
gracias, una parte de la adoración natural, la exige Dios de todos los hombres.1
Pero para que pueda ser aceptada, debe hacerse en el nombre del Hijo,2
con la ayuda del Espíritu,3 conforme a su voluntad,4 con
entendimiento, reverencia, humildad, fervor, fe, amor y perseverancia;5
y cuando se ora con otros, debe hacerse en una lengua conocida.6
1. Sal. 95:1-7; 100:1-5. 2.
Jn. 14:13,14. 3. Ro. 8:26. 4.
1 Jn. 5:14.
5. Sal. 47:7; Ec. 5:1,2; He. 12:28; Gn.
18:27; Stg. 5:16; 1:6,7; Mr. 11:24; Mt. 6:12,14,15; Col. 4:2; Ef. 6:18.
6. 1 Co. 14:13-19,27,28.
4. La oración debe ser por cosas
lícitas, y a favor de toda clase de personas vivas, o que vivirán más adelante;1
pero no a favor de los muertos ni de aquellos de quienes se pueda saber que han
cometido el pecado de muerte.2
1. 1 Jn. 5:14; 1 Ti. 2:1,2; Jn.
17:20.
2. 2 S. 12:21-23; Lc. 16:25,26; Ap.
14:13; 1 Jn. 5:16.
5. La lectura de las Escrituras,1
la predicación y la audición de la Palabra de Dios,2 la instrucción
y la amonestación los unos a los otros por medio de salmos, himnos y cantos
espirituales, el cantar con gracia en el corazón al Señor,3 como
también la administración del bautismo4 y la Cena del Señor:5
son parte de la adoración religiosa a Dios que ha de realizarse en obediencia a
él, con entendimiento, fe, reverencia y temor piadoso; además, la humillación
solemne,6 con ayunos, y las acciones de gracia en ocasiones
especiales, han de usarse de una manera santa y piadosa.7
1. Hch. 15:21; 1 Ti. 4:13; Ap. 1:3. 2.
2 Ti. 4:2; Lc. 8:18.
3.
Col. 3:16; Ef. 5:19.
4. Mt. 28:19,20. 5.
1 Co. 11:26.
6. Est. 4:16; Jl. 2:12; Mt. 9:15; Hch.
13:2,3; 1 Co. 7:5. 7. Ex. 15:1-19; Sal. 107.
6.
Ahora,
bajo el evangelio, ni la oración ni ninguna otra parte de la adoración
religiosa están limitadas a un lugar, ni son más aceptables por el lugar en que
se realizan, o hacia la dirección que se dirigen;1 sino que Dios ha
de ser adorado en todas partes en espíritu y en verdad;2 tanto en
cada familia en particular3 diariamente,4 como cada uno
en secreto por sí solo;5 así como de una manera más solemne en las
reuniones públicas,6 las cuales no han de descuidarse ni abandonarse
voluntariamente o por negligencia, cuando Dios por su Palabra o providencia nos
llama a ellas.7
1. Jn. 4:21. 2.
Mal. 1:11; 1 Ti. 2:8; Jn. 4:23,24.
3.
Dt. 6:6,7; Job 1:5; 1 P. 3:7.
4. Mt. 6:11. 5.
Mt. 6:6.
6. Sal. 84:1,2,10; Mt. 18:20; 1 Co.
3:16; 14:25; Ef. 2:21,22.
7. Hch. 2:42; He. 10:25.
7.
Así
como es la ley de la naturaleza que, en general, una proporción de tiempo, por
designio de Dios, se dedique a la adoración a Dios, así en su Palabra, por un
mandamiento positivo, moral y perpetuo que obliga a todos los hombres en todas
las épocas, Dios ha señalado particularmente un día de cada siete como día de
reposo, para que sea guardado santo para él;1 el cual desde el
principio del mundo hasta la resurrección de Cristo fue el último día de la
semana y desde la resurrección de Cristo fue cambiado al primer día de la
semana, que es llamado el Día del Señor y debe ser perpetuado hasta el fin del
mundo como el día de reposo cristiano, siendo abolida la observancia del último
día de la semana.2
1. Gn. 2:3; Ex. 20:8-11; Mr. 2:27,28;
Ap. 1:10.
2. Jn. 20:1; Hch. 2:1; 20:7; 1 Co. 16:1;
Ap. 1:10; Col. 2:16,17.
8.
El
día de reposo se guarda santo para el Señor cuando los hombres, después de la
debida preparación de su corazón y de haber ordenado de antemano todos sus
asuntos cotidianos, no solamente observan un santo descanso durante todo el día
de sus propias labores, palabras y pensamientos1 acerca de sus
ocupaciones y diversiones seculares, sino que también se dedican todo el tiempo
al ejercicio público y privado de la adoración de Dios, y a los deberes que son
por necesidad y por misericordia.2
1. Ex. 20:8-11; Neh. 13:15-22; Is.
58:13,14; Ap. 1:10. 2. Mt. 12:1-13; Mr. 2:27,28.
23. De los juramentos y votos lícitos
1. Un juramento lícito es una parte de
la adoración religiosa en la cual la persona que jura con verdad, justicia y
juicio, solemnemente pone a Dios como testigo de lo que jura, y para que le
juzgue conforme a la verdad o la falsedad de lo que jura.1
1. Dt. 10:20; Ex. 20:7; Lv. 19:12; 2 Cr.
6:22,23; 2 Co. 1:23.
2. Los hombres sólo deben jurar por el
nombre de Dios, y al hacerlo, han de usarlo con todo temor santo y reverencia.
Por lo tanto, jurar vana o temerariamente por este nombre glorioso y temible, o
simplemente jurar por cualquier otra cosa, es pecaminoso y debe reprobarse.1
Sin embargo, en asuntos de peso y de importancia, para confirmación de la
verdad y para poner fin totalmente a una contienda, la Palabra de Dios
justifica el juramento, por eso, cuando una autoridad legítima exija un
juramento lícito en tales casos, el juramento debe hacerse.2
1. Dt. 6:13; 28:58; Ex. 20:7; Jer.
5:7.
2. He. 6:13-16; Gn. 24:3; 47:30,31;
50:25; 1 R. 17:1; Neh. 13:25; 5:12; Esd. 10:5; Nm. 5:19,21; 1 R. 8:31; Ex.
22:11; Is. 45:23; 65:16; Mt. 26:62-64; Ro. 1:9; 2 Co. 1:23; Hch. 18:18.
3. Todo aquel que haga un juramento
justificado por la Palabra de Dios debe considerar seriamente la gravedad de un
acto tan solemne, y no afirmar en el mismo nada sino lo que sepa que es verdad,
porque por juramentos imprudentes, falsos y vanos se provoca al Señor y por
razón de ello la tierra gime.1
1. Ex. 20:7; Lv. 19:12; Nm. 30:2; Jer.
4:2; 23:10.
4. Un juramento debe hacerse con
palabras comunes cuyo sentido es claro,
sin equívocos ni reservas mentales.1
1. Sal. 24:4; Jer. 4:2.
5. Un voto (que no ha de hacerse a
ninguna criatura, sino sólo a Dios1) ha de hacerse y cumplirse con
todo cuidado piadoso y con fidelidad;2 pero los votos monásticos
papistas de celibato perpetuo, pretendida pobreza y obediencia a las reglas
eclesiásticas, distan tanto de ser grados de perfección superior que son realmente
trampas supersticiosas y pecaminosas en las que ningún cristiano debe
enredarse.3
1. Nm. 30:2,3; Sal. 76:11; Jer.
44:25,26.
2. Nm. 30:2; Sal. 61:8; 66:13,14; Ec.
5:4-6; Is. 19:21.
3. 1 Co. 6:18 con 7:2,9; 1 Ti. 4:3; Ef.
4:28; 1 Co. 7:23; Mt. 19:11,12.
24. De las autoridades civiles
1.
Dios,
el supremo Señor y Rey del mundo entero, ha instituido autoridades civiles para
sujetarse a él y gobernar al pueblo1 para la gloria de Dios y el
bien público;2 y con este fin, les ha provisto con el poder de la
espada, para la defensa y el ánimo de los que hacen lo bueno, y para el castigo
de los hacen el mal.3
1. Sal. 82:1; Lc. 12:48; Ro. 13:1-6; 1
P. 2:13,14.
2. Gn. 6:11-13 con 9:5,6; Sal. 58:1,2;
72:14; 82:1-4; Pr. 21:15; 24:11,12; 29:14,26; 31:5; Ez. 7:23; 45:9; Dn. 4:27;
Mt. 22:21; Ro. 13:3,4; 1 Ti. 2:2; 1 P. 2:14.
3. Gn. 9:6; Pr. 16:14; 19:12; 20:2;
21:15; 28:17; Hch. 25:11; Ro. 13:4; 1 P. 2:14.
2.
Es
lícito para los cristianos aceptar cargos dentro de la autoridad civil cuando
sean llamados a ocuparlos;1 en el desempeño de dichos cargos deben
mantener especialmente la justicia y la paz, según las buenas leyes de cada
reino y estado; y así, ahora con este propósito, bajo el Nuevo Testamento,
pueden hacer lícitamente la guerra en ocasiones justas y necesarias.2
1. Ex. 22:8,9,28,29; Daniel; Nehemías;
Pr. 14:35; 16:10,12; 20:26,28; 25:2; 28:15,16; 29:4,14; 31:4,5; Ro.
13:2,4,6.
2. Lc. 3:14; Ro. 13:4.
3.
Habiendo
sido instituidas por Dios las autoridades civiles con los fines ya mencionados,
se les debe rendir sujeción1 en el Señor en todas las cosas lícitas2
que manden, no sólo por causa de la ira sino también de la conciencia; y
debemos ofrecer súplicas y oraciones a favor de los reyes y de todos los que
están en autoridad, para que bajo su gobierno vivamos una vida tranquila y
sosegada en toda piedad y honestidad.3
1. Pr. 16:14,15; 19:12; 20:2; 24:21,22;
25:15; 28:2; Ro. 13:1-7; Tit. 3:1; 1 P. 2:13,14.
2. Dn. 1:8; 3:4-6,16-18; 6:5-10,22; Mt.
22:21; Hch. 4:19,20; 5:29. 3. Jer. 29:7; 1 Ti. 2:1-4
25. Del matrimonio
1.
El
matrimonio ha de ser entre un hombre y una mujer; no es lícito para ningún
hombre tener más de una esposa, ni para ninguna mujer tener más de un marido.1
1. Gn. 2:24 con Mt. 19:5,6; 1 Ti. 3:2;
Tit. 1:6.
2.
El
matrimonio fue instituido para la mutua ayuda de esposo y esposa;1
para multiplicar el género humano por medio de una descendencia legítima2
y para evitar la impureza.3
1. Gn. 2:18; Pr. 2:17; Mal. 2:14. 2.
Gn. 1:28; Sal. 127:3-5; 128:3,4.
3. 1 Co. 7:2,9.
3.
Pueden
casarse lícitamente toda clase de personas capaces de dar su consentimiento en
su sano juicio;1 sin embargo, es deber de los cristianos casarse en
el Señor. Y, por lo tanto, los que profesan la verdadera fe no deben casarse
con incrédulos o idólatras; ni deben los que son piadosos unirse en yugo
desigual, casándose con los que viven una vida malvada o que sostengan herejías
condenables.2
1. 1 Co. 7:39; 2 Co. 6:14; He. 13:4; 1
Ti. 4:3. 2. 1 Co. 7:39; 2 Co. 6:14.
4.
El
matrimonio no debe contraerse dentro de los grados de consanguinidad o afinidad
prohibidos en la Palabra, ni pueden tales matrimonios incestuosos legalizarse
jamás por ninguna ley humana, ni por el consentimiento de las partes, de tal
manera que esas personas puedan vivir juntas como marido y mujer.1
1. Lv. 18:6-18; Am. 2:7; Mr. 6:18; 1 Co.
5:1.
26. De la Iglesia
1.
La
iglesia católica o universal,1 que (con respecto a la obra interna
del Espíritu y la verdad de la gracia) puede llamarse invisible, se compone del
número completo de los electos que han sido, son o serán reunidos en uno bajo
Cristo, su cabeza; y es la esposa, el cuerpo, la plenitud de aquel que llena
todo en todos.2
1. Mt. 16:18; 1 Co. 12:28; Ef. 1:22;
4:11-15; 5:23-25,27,29,32; Col. 1:18,24; He. 12:23.
2. Ef. 1:22; 4:11-15; 5:23-25,27,29,32;
Col. 1:18,24; Ap. 21:9-14.
2.
Todos
en todo el mundo que profesan la fe del evangelio y obediencia a Dios por
Cristo conforme al mismo, que no destruyen su propia profesión mediante errores
fundamentales o conductas impías, son y pueden ser llamados santos visibles;1
y de tales deben estar compuestas todas las congregaciones locales.2
1. 1 Co. 1:2; Ro. 1:7,8; Hch. 11:26; Mt.
16:18; 28:15-20; 1 Co. 5:1-9.
2. Mt. 18:15-20; Hch. 2:37-42; 4:4; Ro.
1:7; 1 Co. 5:1-9.
3.
Las
iglesias más puras bajo el cielo están sujetas a la impureza y al error,1
y algunas se han degenerado tanto que han llegado a ser no iglesias de Cristo
sino sinagogas de Satanás.2 Sin embargo, Cristo siempre ha tenido y
siempre tendrá un reino en este mundo, hasta el fin del mismo, compuesto de
aquellos que creen en él y profesan su nombre.3
1. 1 Co. 1:11; 5:1; 6:6; 11:17-19; 3 Jn.
9,10; Ap. 2 y 3.
2. Ap. 2:5 con 1:20; 1 Ti. 3:14,15; Ap.
18:2.
3. Mt. 16:18; 24:14; 28:20; Mr. 4:30-32;
Sal. 72:16-18; 102:28; Is. 9:6,7; Ap. 12:17; 20:7-9.
4.
La
Cabeza de la Iglesia es el Señor Jesucristo, en quien, por el designio del
Padre, todo el poder requerido para el llamamiento, el establecimiento, el
orden o el gobierno de la iglesia, está suprema y soberanamente investido.1
No puede el papa de Roma ser cabeza de ella en ningún sentido, sino que él es
aquel Anticristo, aquel hombre de pecado e hijo de perdición, que se ensalza en
la iglesia contra Cristo y contra todo lo que se llama Dios, a quien el Señor
destruirá con el resplandor de su venida.2
1. Col. 1:18; Ef. 4:11-16; 1:20-23;
5:23-32; 1 Co. 12:27,28; Jn. 17:1-3; Mt. 28:18-20; Hch. 5:31; Jn.
10:14-16.
2. 2 Ts. 2:2-9.
5.
En
el ejercicio de este poder que le ha sido confiado, el Señor Jesús, a través
del ministerio de su Palabra y por su Espíritu, llama a sí mismo del mundo a
aquellos que le han sido dados por su Padre1 para que anden delante
de él en todos los caminos de la obediencia que él les prescribe en su Palabra.2
A los así llamados, les ordena andar juntos en congregaciones concretas, o
iglesias, para su edificación mutua y la debida observancia del culto público,
que él requiere de ellos en el mundo.3
1. Jn. 10:16,23; 12:32; 17:2; Hch.
5:31,32. 2. Mt. 28:20.
3.
Mt. 18:15-20; Hch. 14:21-23; Tit. 1:5; 1 Ti. 1:3; 3:14-16; 5:17-22.
6.
Los
miembros de estas iglesias son santos por su llamamiento, y en una forma
visible manifiestan y evidencian (por su profesión de fe y su conducta) su
obediencia al llamamiento de Cristo;1 y voluntariamente acuerdan
andar juntos, conforme al designio de Cristo, dándose a sí mismos al Señor y
mutuamente, por la voluntad de Dios, profesando sujeción a los preceptos del
evangelio.2
1. Mt. 28:18-20; Hch. 14:22,23; Ro. 1:7;
1 Co. 1:2 con los vv. 13-17; 1 Ts. 1:1 con los vv. 2-10; Hch. 2:37-42; 4:4;
5:13,14.
2. Hch. 2:41,42; 5:13,14; 2 Co. 9:13.
7.
A
cada una de estas iglesias así reunidas, el Señor, conforme a su voluntad
declarada en su Palabra, ha dado todo el poder y autoridad en cualquier sentido
necesario para realizar el orden en la adoración y en la disciplina que él ha
instituido para que lo guarden; juntamente con mandatos y reglas para el
ejercicio propio y correcto y la ejecución del mencionado poder.1
1. Mt. 18:17-20; 1 Co. 5:4,5,13; 2 Co.
2:6-8.
8.
Una
iglesia local, reunida y completamente organizada de acuerdo con la voluntad de
Cristo, está compuesta por oficiales y miembros; y los oficiales designados por
Cristo para ser escogidos y apartados por la iglesia (así llamada y reunida),
para la particular administración de las ordenanzas y el ejercicio del poder o
el deber, que él les confía o a los que los llama, para que continúen hasta el
fin del mundo, son los obispos o ancianos, y los diáconos.1
1. Fil. 1:1; 1 Ti. 3:1-13; Hch.
20:17,28; Tit. 1:5-7; 1 P. 5:2.
9.
La
manera designada por Cristo para el llamamiento de cualquier persona que ha
sido calificada y dotada por el Espíritu Santo1 para el oficio de
obispo o anciano en una iglesia, es que sea escogido para el mismo por la
votación común de la iglesia misma,2 y solemnemente apartado
mediante ayuno y oración con la imposición de manos de los ancianos de la
iglesia, si es que hay algunos constituidos anteriormente en ella;3
y para el oficio de diácono, que sea escogido por la misma votación y apartado
mediante oración y la misma imposición de manos.4
1. Ef. 4:11; 1 Ti. 3:1-13.
2. Hch. 6:1-7; 14:23 con Mt. 18:17-20; 1
Co. 5:1-13.
3. 1 Ti. 4:14; 5:22. 4. Hch. 6:1-7.
10.
Siendo
la obra de los pastores atender constantemente al servicio de Cristo, en sus
iglesias, en el ministerio de la Palabra y la oración, velando por sus almas,
como aquellos que han de dar cuenta a él,1 es la responsabilidad de
las iglesias a las que ellos ministran darles no solamente todo el respeto
debido, sino compartir también con ellos todas sus cosas buenas, según sus
posibilidades,2 de manera que tengan una provisión adecuada, sin que
tengan que enredarse en actividades seculares,3 y puedan también
practicar la hospitalidad hacia los demás.4 Esto lo requiere la ley
de la naturaleza y el mandato expreso de Nuestro Señor Jesús, quien ha ordenado
que los que predican el evangelio vivan del evangelio.5
1. Hch. 6:4; 1 Ti. 3:2; 5:17; He.
13:17.
2. 1 Ti. 5:17,18; 1 Co. 9:14; Gá.
6:6,7.
3. 2 Ti. 2:4. 4.
1 Ti. 3:2. 5. 1 Co. 9:6-14; 1 Ti. 5:18.
11.
Aunque
sea la responsabilidad de los obispos o pastores de las iglesias, según su
oficio, estar constantemente dedicados a la predicación de la Palabra, la obra
de predicar la Palabra no está tan particularmente limitada a ellos, sino que
otros también dotados y calificados por el Espíritu Santo para ello y aprobados
y llamados por la iglesia, pueden y deben desempeñarla.1
1. Hch. 8:5; 11:19-21; 1 P. 4:10,11.
12.
Todos
los creyentes están obligados a unirse a iglesias locales cuándo y dónde tengan
oportunidad de hacerlo. Asimismo, todos aquellos que son admitidos a los
privilegios de una iglesia también están sujetos a la disciplina y el gobierno
de la misma, conforme a la norma de Cristo.1
1. 1 Ts. 5:14; 2 Ts. 3:6,14,15; 1 Co.
5:9-13; He. 13:17.
13.
Ningún
miembro de iglesia, por alguna ofensa recibida, habiendo cumplido el deber
requerido de él hacia la persona que le ha ofendido, debe perturbar el orden de
la iglesia, o faltar a las reuniones de la iglesia o abstenerse de la
pariticipación de ninguna de las ordenanzas por tal ofensa de cualquier otro
miembro, sino que debe esperar en Cristo mientras prosigan las actuaciones de
la iglesia.1
1. Mt. 18:15-17; Ef. 4:2,3; Col.
3:12-15; 1 Jn. 2:7-11,18,19; Ef. 4:2,3; Mt. 28:20.
14.
Puesto
que cada iglesia, y todos sus miembros, están obligados a orar continuamente
por el bien y la prosperidad de todas las iglesias de Cristo en todos los
lugares, y en todas las ocasiones ayudar a cada una dentro de los límites de
sus áreas y vocaciones, en el ejercicio de sus dones y virtudes,1
así las iglesias, cuando estén establecidas por la providencia de Dios de
manera que puedan gozar de la oportunidad y el beneficio de ello,2
deben tener comunión entre sí, para su paz, crecimiento en amor y edificación
mutua.3
1. Jn. 13:34,35; 17:11,21-23; Ef.
4:11-16; 6:18; Sal. 122:6; Ro. 16:1-3; 3 Jn. 8-10 con 2 Jn. 5-11; Ro. 15:26; 2
Co. 8:1-4,16-24; 9:12-15; Col. 2:1 con 1:3,4,7 y 4:7,12.
2. Gá. 1:2,22; Col. 4:16; Ap. 1:4; Ro.
16:1,2; 3 Jn. 8-10.
3. 1 Jn. 4:1-3 con 2 y 3 Juan; Ro.
16:1-3; 2 Co. 9:12-15; Jos. 22.
15.
En
casos de dificultades o diferencias respecto a la doctrina o el gobierno de la
iglesia, en que las iglesias en general o una sola iglesia están preocupadas
por su paz, unión y edificación; o uno o varios miembros de una iglesia son
dañados por procedimientos disciplinarios que no coincidan con la verdad y al
orden, es conforme a la voluntad de Cristo que muchas iglesias que tengan
comunión entre sí, se reúnan a través de sus representantes para considerar y
dar su consejo sobre los asuntos en disputa, para informar a todas las iglesias
involucradas.1 Sin embargo, a los representantes congregados no se
les entrega ningún poder eclesiástico propiamente dicho ni jurisdicción sobre
las iglesias mismas para ejercer disciplina sobre cualquiera de ellas o sus
miembros, ni para imponer sus decisiones sobre ellas o sus oficiales.2
1. Gá. 2:2; Pr. 3:5-7; 12:15;
13:10. 2. 1 Co. 7:25,36,40; 2 Co. 1:24; 1 Jn. 4:1.
27. De la comunión de los santos
1.
Todos
los santos que están unidos a Jesucristo,1 su cabeza, por su
Espíritu y por la fe2 (aunque no por ello vengan a ser una persona
con él3), participan en sus virtudes, padecimientos, muerte,
resurrección y gloria;4 y, estando unidos unos a otros en amor,
participan mutuamente de sus dones y virtudes,5 y están obligados al
cumplimiento de tales deberes, públicos y privados, de manera ordenada, que
conduzcan a su bien mutuo, tanto en el hombre interior como en el exterior.6
1. Ef. 1:4; Jn. 17:2,6; 2 Co. 5:21; Ro.
6:8; 8:17; 8:2; 1 Co. 6:17; 2 P. 1:4.
2. Ef. 3:16,17; Gá. 2:20; 2 Co.
3:17,18.
3. 1 Co. 8:6; Col. 1:18,19; 1 Ti.
6:15,16; Is. 42:8; Sal. 45:7; He. 1:8,9.
4. 1 Jn. 1:3; Jn. 1:16; 15:1-6; Ef.
2:4-6; Ro. 4:25; 6:1-6; Fil. 3:10; Col. 3:3,4.
5. Jn. 13:34,35; 14:15; Ef. 4:15; 1 P.
4:10; Ro. 14:7,8; 1 Co. 3:21-23; 12:7,25-27.
6. Ro. 1:12; 12:10-13; 1 Ts. 5:11,14; 1
P. 3:8; 1 Jn. 3:17,18; Gá. 6:10.
2.
Los
santos, por su profesión, están obligados a mantener entre sí un compañerismo y
comunión santos en la adoración a Dios y en el cumplimiento de los otros
servicios espirituales que tiendan a su edificación mutua,1 así como
a ayudarse unos a otros en las cosas externas según sus posibilidades y
necesidades.2 Según la norma del evangelio, aunque esta comunión
deba ejercerse especialmente en las relaciones en que se encuentren, ya sea en
las familias o en las iglesias,3 debe extenderse, según Dios dé la
oportunidad, a toda la familia de la fe, es decir, a todos los que en todas
partes invocan el nombre del Señor Jesús.4 Sin embargo, su comunión
mutua como santos no quita ni infringe el derecho o la propiedad que cada
hombre tiene sobre sus bienes y posesiones.5
1. He. 10:24,25; 3:12,13.
2. Hch. 11:29,30; 2 Co. 8,9; Gá. 2; Ro.
15.
3. 1 Ti. 5:8,16; Ef. 6:4; 1 Co.
12:27.
4. Hch. 11:29,30; 2 Co. 8,9; Gá. 2;
6:10; Ro. 15.
5. Hch. 5:4; Ef. 4:28; Ex. 20:15.
28. Del bautismo y la Cena del Señor
1.
El
bautismo y la Cena del Señor son ordenanzas que han sido positiva y
soberanamente instituidas por el Señor Jesús, el único legislador,1
para que continúen en su iglesia hasta el fin del mundo.2
1. Mt. 28:19,20; 1 Co. 11:24,25.
2. Mt. 28:18-20; Ro. 6:3,4; 1 Co.
1:13-17; Gá. 3:27; Ef. 4:5; Col. 2:12; 1 P. 3:21; 1 Co. 11:26; Lc. 22:14-20.
2.
Estas
santas instituciones han de ser administradas solamente por aquellos que estén
calificados y llamados para ello, según la comisión de Cristo.1
1. Mt. 24:45-51; Lc. 12:41-44; 1 Co.
4:1; Tit. 1:5-7.
29. Del bautismo
1. El bautismo es una ordenanza del
Nuevo Testamento instituida por Jesucristo, con el fin de ser para la persona
bautizada una señal de su comunión con él en su muerte y resurrección, de estar
injertado en él,1 de la remisión de pecados2 y de su
entrega a Dios por medio de Jesucristo para vivir y andar en novedad de vida.3
1. Ro. 6:3-5; Col. 2:12; Gá. 3:27. 2.
Mr. 1:4; Hch. 22:16.
3. Ro. 6:4.
2. Los que realmente profesan
arrepentimiento para con Dios y fe en Nuestro Señor Jesucristo y obediencia a
él son los únicos adecuados para recibir esta ordenanza.1
1. Mt. 3:1-12; Mr. 1:4-6; Lc. 3:3-6; Mt.
28:19,20; Mr. 16:15,16; Jn. 4:1,2; 1 Co. 1:13-17; Hch. 2:37-41; 8:12,13,36-38;
9:18; 10:47,48; 11:16; 15:9; 16:14,15,31-34; 18:8; 19:3-5; 22:16; Ro. 6:3,4;
Gá. 3:27; Col. 2:12; 1 P. 3:21; Jer. 31:31-34; Fil. 3:3; Jn. 1:12,13; Mt.
21:43.
3. El elemento exterior que debe usarse
en esta ordenanza es el agua, en la cual ha de ser bautizada1 la
persona en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.2
1. Mt. 3:11; Hch. 8:36,38; 22:16. 2.
Mt. 28:18-20.
4. La inmersión de la persona en el agua
es necesaria para la correcta administración de esta ordenanza.1
1. 2 R. 5:14; Sal. 69:2; Is. 21:4; Mr.
1:5,8-9; Jn. 3:23; Hch. 8:38; Ro. 6:4; Col. 2:12; Mr. 7:3,4; 10:38,39; Lc.
12:50; 1 Co. 10:1,2; Mt. 3:11; Hch. 1:5,8; 2:1-4,17.
30. De la Cena del Señor
1.
La
Cena del Señor Jesús fue instituida por él la misma noche que fue entregado,1
para que se observara en sus iglesias2 hasta el fin del mundo,3
para el recuerdo perpetuo y para la manifestación del sacrificio de sí mismo en
su muerte,4 para confirmación de la fe de los creyentes en todos los
beneficios de la misma,5 para su alimentación espiritual y
crecimiento en él,6 para un mayor compromiso en todas las obligaciones
que le deben a él,7 y para ser un vínculo y una prenda de su
comunión con él y entre ellos mutuamente.8
1. 1 Co. 11:23-26; Mt. 26:20-26; Mr.
14:17-22; Lc. 22:19-23.
2. Hch. 2:41,42; 20:7; 1 Co.
11:17-22,33,34.
3. Mr. 14:24,25; Lc. 22:17-22; 1 Co.
11:24-26.
4. 1 Co. 11:24-26; Mt. 26:27,28; Lc.
22:19,20. 5. Ro. 4:11.
6.
Jn. 6:29,35,47-58.
7. 1 Co. 11:25. 8.
1 Co. 10:16,17.
2.
En
esta ordenanza, Cristo no es ofrecido a su Padre, ni se hace en absoluto ningún
verdadero sacrificio para la remisión del pecado ni de los vivos ni de los
muertos; sino que solamente es un memorial de aquel único ofrecimiento de sí
mismo y por sí mismo en la cruz, una sola vez para siempre,1 y una
ofrenda espiritual de toda la alabanza posible a Dios por el mismo.2
Así que el sacrificio papal de la misa, como ellos la llaman, es sumamente
abominable e injurioso al sacrificio mismo de Cristo, la única propiciación por
todos los pecados de los escogidos.
1. Jn. 19:30; He. 9:25-28; 10:10-14; Lc.
22:19; 1 Co. 11:24,25.
2. Mt. 26:26,27,30 con He. 13:10-16.
3.
El
Señor Jesús, en esta ordenanza, ha designado a sus ministros para que oren y
bendigan los elementos del pan y del vino, y que los aparten así del uso común
para el uso sagrado; que tomen y partan el pan, y tomen la copa y (participando
también ellos mismos) den ambos a los participantes.1
1. 1 Co. 11:23-26; Mt. 26:26-28; Mr.
14:24,25; Lc. 22:19-22.
4.
Negar
la copa a los miembros de la iglesia,1 adorar los elementos, elevarlos
o llevarlos de un lugar a otro para adorarlos y guardarlos para cualquier
pretendido uso religioso,2 es contrario a la naturaleza de esta
ordenanza y a que Cristo instituyó.3
1. Mt. 26:27; Mr. 14:23; 1 Co.
11:25-28. 2. Ex. 20:4,5. 3.
Mt. 15:9.
5.
Los
elementos externos de esta ordenanza, debidamente separados para el uso
ordenado por Cristo, tienen tal relación con el Crucificado que en un sentido
verdadero, aunque en términos figurativos, se llaman a veces por el nombre de
las cosas que representan, a saber: el cuerpo y la sangre de Cristo;1
no obstante, en sustancia y en naturaleza, esos elementos siguen siendo
verdadera y solamente pan y vino, como eran antes.2
1. 1 Co. 11:27; Mt. 26:26-28. 2. 1 Co. 11:26-28; Mt. 26:29.
6.
La
doctrina que sostiene un cambio de sustancia del pan y del vino en la sustancia
del cuerpo y la sangre de Cristo (llamada comúnmente transustanciación), por la
consagración de un sacerdote, o de algún otro modo, es repugnante no sólo a las
Escrituras1 sino también al sentido común y a la razón; echa abajo
la naturaleza de la ordenanza; y ha sido y es la causa de muchísimas
supersticiones y, además, de crasas idolatrías.
1. Mt. 26:26-29; Lc. 24:36-43,50,51; Jn.
1:14; 20:26-29; Hch. 1:9-11; 3:21; 1 Co. 11:24-26; Lc. 12:1; Ap. 1:20; Gn.
17:10,11; Ez. 37:11; Gn. 41:26,27.
7.
Los
que reciben dignamente esta ordenanza,1 participando externamente de
los elementos visibles, también participan interiormente, por la fe, de una
manera real y verdadera, aunque no carnal ni corporal, sino alimentándose
espiritualmente de Cristo crucificado y recibiendo todos los beneficios de su
muerte.2 El cuerpo y la sangre de Cristo no están entonces ni carnal
ni corporal sino espiritualmente presentes en esta ordenanza para la fe de los
creyentes, tanto como los elementos mismos lo están para sus sentidos
corporales.3
1. 1 Co. 11:28. 2. Jn. 6:29,35,47-58. 3. 1 Co. 10:16.
8.
Todos
los ignorantes e impíos, no siendo aptos para gozar de la comunión con Cristo
son, por lo tanto, indignos de la mesa del Señor y, mientras permanezcan como
tales, no pueden, sin pecar grandemente contra él, participar de estos sagrados
misterios o ser admitidos a ellos;1 además, quienquiera que los
reciba indignamente es culpable del cuerpo y la sangre del Señor, pues come y
bebe juicio para sí.2
1. Mt. 7:6; Ef. 4:17-24; 5:3-9; Ex.
20:7,16; 1 Co. 5:9-13; 2 Jn. 10; Hch. 2:41,42; 20:7; 1 Co. 11:17-22,33,34.
2. 1 Co. 11:20-22,27-34.
31. Del estado del hombre después de la muerte y
de la resurrección de los muertos
1. Los cuerpos de los hombres vuelven al
polvo después de la muerte y ven la corrupción,1 pero sus almas (que
ni mueren ni duermen), teniendo una subsistencia inmortal, vuelven
inmediatamente a Dios que las dio.2 Las almas de los justos, siendo
entonces perfeccionadas en santidad, son recibidas en el Paraíso donde están
con Cristo, y contemplan la faz de Dios en luz y gloria, esperando la plena
redención de sus cuerpos.3 Las almas de los malvados son arrojadas al
infierno, donde permanecen atormentadas y envueltas en densas tinieblas,
reservadas para el juicio del gran día.4 Fuera de estos dos lugares
para las almas separadas de sus cuerpos, las Escrituras no admiten ningún
otro.
1. Gn. 2:17; 3:19; Hch. 13:36; Ro.
5:12-21; 1 Co. 15:22.
2. Gn. 2:7; Stg. 2:26; Mt. 10:28; Ec.
12:7.
3. Sal. 23:6; 1 R. 8:27-49; Is. 63:15;
66:1; Lc. 23:43; Hch. 1:9-11; 3:21; 2 Co. 5:6-8; 12:2-4; Ef. 4:10; Fil.
1:21-23; He. 1:3; 4:14,15; 6:20; 8:1; 9:24; 12:23; Ap. 6:9-11; 14:13; 20:4-6.
4. Lc. 16:22-26; Hch. 1:25; 1 P. 3:19; 2
P. 2:9.
2. Los santos que se encuentren vivos en
el último día no dormirán, sino que serán transformados,1 y todos
los muertos serán resucitados2 con sus mismos cuerpos, y no con
otros,3 aunque con diferentes cualidades,4 y éstos se
unirán otra vez a sus almas para siempre.5
1. 1 Co. 15:50-53; 2 Co. 5:1-4; 1 Ts.
4:17.
2. Dn. 12:2; Jn. 5:28,29; Hch.
24:15.
3. Job 19:26,27; Jn. 5:28,29; 1 Co.
15:35-38,42-44. 4. 1 Co. 15:42-44,52-54. 5. Dn.
12:2; Mt. 25:46.
3. Los cuerpos de los injustos, por el
poder de Cristo, serán resucitados para deshonra;1 los cuerpos de
los justos, por su Espíritu,2 para honra,3 y serán hechos
entonces semejantes al cuerpo glorioso de Cristo.4
1. Dn. 12:2; Jn. 5:28,29. 2.
Ro. 8:1,11; 1 Co. 15:45; Gá. 6:8. 3.
1 Co. 15:42-49.
4. Ro. 8:17,29,30; 1 Co. 15:20-23,48,49;
Fil., 3:21; Col. 1:18; 3:4; 1 Jn. 3:2; Ap. 1:5.
32. Del juicio final
1.
Dios
ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia por Jesucristo,
a quien todo poder y juicio ha sido dado por el Padre.1 En aquel
día, no sólo los ángeles apóstatas serán juzgados,2 sino que también
todas las personas que han vivido sobre la tierra comparecerán delante del
tribunal de Cristo3 para dar cuenta de sus pensamientos, palabras y
acciones, y para recibir conforme a lo que hayan hecho mientras estaban en el
cuerpo, sea bueno o malo.4
1. Hch. 17:31; Jn. 5:22,27. 2.
1 Co. 6:3; Jud. 6.
3. Mt. 16:27; 25:31-46; Hch. 17:30,31;
Ro. 2:6-16; 2 Ts. 1:5-10; 2 P. 3:1-13; Ap. 20:11-15.
4. 2 Co. 5:10; 1 Co. 4:5; Mt. 12:36.
2.
El
propósito de Dios al establecer este día es la manifestación de la gloria de su
misericordia en la salvación eterna de los escogidos, y la de su justicia en la
condenación eterna de los réprobos, que son malvados y desobedientes;1
pues entonces los justos entrarán a la vida eterna y recibirán la plenitud de
gozo y gloria con recompensas eternas en la presencia del Señor; pero los
malvados, que no conocen a Dios ni obedecen al evangelio de Jesucristo, serán
arrojados al tormento eterno y castigados con eterna perdición, lejos de la
presencia del Señor y de la gloria de su poder.2
1. Ro. 9:22,23.
2. Mt. 18:8; 25:41,46; 2 Ts. 1:9; He.
6:2; Jud. 6; Ap. 14:10,11; Lc. 3:17; Mr.
9:43,48; Mt. 3:12; 5:26; 13:41,42; 24:51; 25:30.
3.
Así
como Cristo quiere que estemos totalmente persuadidos de que habrá un Día de
Juicio, tanto para disuadir a todos los hombres de pecar,1 como para
ser de mayor consuelo de los piadosos en su adversidad;2 así también
quiere que los hombres no sepan cuándo será ese día, para que se desprendan de
toda seguridad carnal y estén siempre velando porque no saben a qué hora vendrá
el Señor;3 y estén siempre preparados para decir: Ven, Señor Jesús;
ven pronto.4 Amén.
1. 2 Co. 5:10,11. 2.
2 Ts. 1:5-7. 3. Mr. 13:35-37; Lc. 12:35-40. 4.
Ap. 22:20
e
“Este pequeño tomo no se presenta como
una regla autoritativa ni como un código de fe, sino como una ayuda en casos de
controversia, una confirmación en la fe y un medio para edificación en
justicia. En él los miembros más jóvenes de nuestra iglesia tendrán un conjunto
resumido de enseñanzas divinas, y por medio de pruebas bíblicas, estarán
preparados para dar razón de la esperanza que hay en ellos. No te avergüences
de tu fe; recuerda que es el antiguo evangelio de los mártires, confesores,
reformadores y santos. Sobre todo, es la verdad de Dios, contra la que las
puertas del infierno no pueden prevalecer. Haz que tu vida adorne tu fe, haz
que tu ejemplo adorne tus creencias. Sobre todo, vive en Cristo Jesús, y
permanece en él, no creyendo ninguna enseñanza que no haya sido manifiestamente
aprobada por él y sea propia del Espíritu Santo. Aférrate a la Palabra de Dios
que aquí es explicada para ti.”—Charles Haddon Spurgeon (1834-1892)
London Baptist Confession of Faith of 1689 – Spanish